Blog con derechos de autor

lunes, 30 de julio de 2012

Wollstonecraft: Una mujer no es un juguete







Mary Wollstonecraft, escritora y filófosa (1759-1797), escribió un libro revolucionario reivindicando los derechos de las mujeres en una sociedad completamente machista, que no les había dado su lugar ni después de la revolución donde participaron ampliamente.


La Revolución Francesa cambió el mundo, pero no para las mujeres. Incluso se sentían marginadas y ninguneadas por los revolucionaros más activistas que se proclamaban defensores de las libertades.


Fue el gran Rousseau quien, en su libro “Emilio o la educación”, afirmó que la mujer debía ser educada para dar placer.
Mary, en su libro: "Vindicación de los derechos de la mujer", censuraba a algunos escritores que, por la aceptación de sus escritos, habían hecho de las mujeres un objeto de piedad cercano al desprecio. La falta de utilidad que denuncia, era aún más evidente en su misma clase social. Las mujeres de la clase media y de la burguesía ni tan siquiera tenían posibilidad de realizarse por medio del trabajo duro y poco cualificado, y mucho menos, poder sostener a la familia.


Decía Mary que la misión que le encomendaba la sociedad a las mujeres, era adquirir la perfección de la inercia. Sus labores eran, más bien, de entretenimiento: pintura, tocar el piano, escribir cartas, actuar de forma agradable, tomar el té con las amigas y mantener una estética atractiva acorde con la moda.



Wollstonecraft: Una mujer no es un juguete

En 1789, tras la Revolución Francesa, la Asamblea Nacional había proclamado la Declaración de los derechos del hombre y de los ciudadanos, pero rechazó la extensión in expresse de tales derechos a las mujeres. Su libro fue una verdadera revolución, la piedra angular del feminismo. Hoy en día, se la considera la primera feminista. 


domingo, 22 de julio de 2012

Bailarinas de ballet: Anastasia Volochkova




Bailarinas de ballet

Las grandes bailarinas de ballet clasicas de todos los tiempos son: Anna Pavlova, Margot Fonteyn, Natalia Makarova, Maria Taglioni, Maya Plissetskaya...  Leer artículo sobre Anastasia Volochkova

ballet  clasico


Vídeo: Anastasia Volochkova, Adiemus.


ballet  clasico

miércoles, 18 de julio de 2012

¿Sirven para algo las manifestaciones?







Sirven para estar vivos, para demostrarnos que no somos cadáveres. Porque vivir es protestar. Sirven para que el poder sepa fehacientemente que no estamos de acuerdo con su forma de gobernar, sirven para no cantarle el alirón que tanto les gusta, sirven para irritarles, sirven para que no nos gaseen. Sirven contra las agresiones directas sin haberlas merecido, sirven para gritar que no se puede machacar más y siempre a los mismos, sirven para que las rentas altas progubernamentales al menos se asusten. Sirven para ser congruentes con la dignidad. Sirven para demostrar que una urna no es una meta, sirven para demostrar que si queremos somos soberanos. Sirven para despojarnos del miedo, de la angustia y de los prejuicios. Sirven para demostrar que no nos resignamos. Sirven para que nuestros hijos no se avergüencen de nosotros. Sirven para demostrar que son verdugos. Para comprobar que aún somos ciudadanos y no borregos. Sirven para mantener la esperanza, aunque los resultados no sean inmediatos. Sirven para cristalizar el viejo dicho de que la unión hace la fuerza. Sirven para razonar y hacer razonar. Sirven para que la violencia no se desate. Sirven para avergonzarles, para decirles que están prostituidos en su acción política.Porque una manifestación no es más que una declaración de intenciones, una exigencia de que no nos hinchen más los cojones. Sirven para sentirnos menos impuros. Para demostrarnos que no estamos locos, ni creemos en supercherías ni miserables fanatismos y adhesiones. Sirven para ser críticos. Sirven para hacer saber que somos los nuevos ricos de la democracia. Para demostrar que somos más civilizados que ellos. Sirven para odiar, sí, odiar, a los corruptos de la solidaridad y el latrocinio. Sirven para reflejar que queremos ser gandhis pero podemos ser cheguevaras y aun robespierres, sirven para no ser castillos inexpugnables ni caracoles enrocados, para dejar claro que no somos lobos si no nos obligan, sirven para demostrar que somos más y más que podemos ser. Sirven para ser decentes. Sirven para hacer posible lo imposible. Sirven para hacer realidad la utopía.Por eso y para eso, hay que acudir a las manifestaciones del jueves 19 en toda España.¿O alguno de ustedes cree que no sirven para nada?

Fuente: Puntadas sin hilo de Arturo González




sábado, 14 de julio de 2012

Meghan Currie Timelapse living room






Casi soneto: Lapso de tiempo

A la de una, a la de dos,
dame un silencio de colera roto,
puño cerrado sobre mi cabeza,
marchitas princesas salen al aire.


Dame un destino de orgullo, 
 sol y sombra, claros de luna llena,
junto a la bandera roja desierta,
hoy se agitan dos centavos de valor.


Al mismo tiempo y en todas partes
fluyen siluetas de humo, amor busco,
en las manecillas frías del reloj de nadie.


Cuento mil historias en mis venas
living room física del movimiento
a la de una, a la de dos.

© Ainhoa Núñez


domingo, 8 de julio de 2012

Wert introducira la licenciatura de hijo de puta para el curso-2012-2013




Yo siempre lo tuve claro... Para ser hijo puta hay que saber un rato.Acaso, dije "RATO"... ¿en quién estaría pensando?



Las nuevas carreras universitarias reclamadas desde hace ya varios años por la Asociación Nacional de Banca podrían comenzar a impartirse el próximo curso, después de que el ministro Wert haya mostrado su firme voluntad de introducir oficialmente estas licenciaturas y equipararlas, a todos los niveles académicos, con el resto de otras disciplinas clásicas como Medicina o Derecho. “Los mercados necesitan cada vez más hijos de puta, más jóvenes y más especializados”, han afirmado desde el ministerio. El Banco Central Europeo observa con interés la propuesta de Wert. Además de la licenciatura básica de Hijo de Puta, una de las más reclamadas por las entidades financieras, los estudiantes más ambiciosos podrán optar luego por las especialidades de Auténtico Hijo de Puta, Gran Hijo de Puta y Grandísimo Hijo de Puta, todas ellas de siete años de duración. Así mismo, la propia Facultad podrá impartir diplomaturas de Cabrón sin Escrúpulos, Pedazo de Cabrón, Excelente Cabrón, y un postgrado común de Auténtico, Gran y Grandísimo Cabrón que podrían añadirse a esos títulos. Tanto los Hijos de Puta licenciados como los Cabrones diplomados, señalan desde el ministerio de Educación, podrán ser también Hijos de puta sin Escrúpulos y Cabrones sin Escrúpulos mediante un máster que se impartirá en la Universidad Pontificia y que enseñará a los alumnos a prescindir de los escrúpulos en un periodo de seis meses. La única excepción se da con la diplomatura de Cabrón sin Escrúpulos, cuyo plan de estudios ya enseña a perderlos desde el primer año. Para el curso 2013-2014, el ministro Wert confía en incorporar un postgrado superior de “Verdadero Hijo de la Gran Puta”, que durará siete años y facilitará el acceso a presidencias de Consejo de Administración del calibre de Monsanto, Bayer o el Banco del Vaticano.

Fuente: rokambol.news

miércoles, 4 de julio de 2012

Despedazado


Origami Rhino Un folding from MABONA ORIGAMI on Vimeo.

Félix se sentía solo.
A medida que avanzaba por la acostumbrada penumbra del largo y estrecho pasillo de la pensión, la sensación de un calor bochornoso se le pegaba al cuerpo como una capa de pintura. Aquella falta de higiene y ventilación que, con el paso del tiempo, podrían haber hecho del regreso al hogar una sutil venganza y, a pesar de que en alguna ocasión se había descubierto odiándolas, también aquel ahogo al pulmón, aquellas sombras, severas ante su ceguera paulatina, se le acoplaban al latido del corazón en perfecta correspondencia tal que, durante el diario recorrido, su ánimo virara con cada paso, y desde tiempo atrás, él mismo se asegurase en sus soliloquios nocturnos, que el Félix que vivía adentro del umbral, no tenía nada que ver con el Félix que vivía afuera. Nada. De eso estaba seguro.
Como cada noche, se encontraba todas las puertas cerradas y silenciosas. Todas, menos una. La habitación anterior a la suya, permanecía con la puerta entreabierta hasta que él llegaba. Luego, ya no sabía. Aquel cálido halo blanquecino cortaba suavemente la oscuridad marcando una frontera, una diminuta ranura que dejaba escapar destellos de otro mundo a la dimensión equidistante del pasillo. una tenue luz y una dulce melodía proveniente de un viejo transistor que, de cuando en cuando, renqueaba entrecortando la sintonía.
Cuando Félix pasa por delante, intenta girar la cabeza en sentido contrario a la abertura para no fijarse en nada que ocurriese dentro. Nunca lo conseguía. Había algo que le obligaba a mirar. Una atracción arrolladora que, segundos después, le hacía sentirse un individuo ruin e indeseable.
La señorita Hernández siempre bailaba sola con un vestido pavoroso de tul rosa y unas bailarinas blancas. Él jamás se detenía observar. El fugaz cotilleo solo duraba lo que la pisada y los remordimientos le dejaban contemplar. El resto lo intuía. Las elásticas piruetas y el rostro angelical eran pura imaginación.
Félix entró a la habitación 110. Colgó la chaqueta y el bastón en el perchero de la pared, dejó las llaves, un sobre abierto y una carpeta de cartón azul encima de la única silla del cuarto, se sentó en la cama y se descalzó, cambiando los lustrosos zapatos de piel negros, por unas roídas babuchas a cuadros en dos tonos marrón café, y uno, en blanco roto.
Ese había sido un día especial. De los que no se olvidan con facilidad. En los que nada puede salir peor. Por los que la gente aborrece la vida... Qué alivio la monotonía de la pensión, la penumbra, las puertas silenciosas y cerradas, todas menos una, la dulce melodía y la señorita Hernández danzando vestida de bailarina bajo la luz de la luna.
Esa rutina le hacía feliz. Lo ataba a la vida. Lo amarraba a la tierra. Le ayudaba a seguir yendo a la oficina, a enfrentarse a las miradas que le hacían sentirse fracasado, a no oír los silencios que pausaban las frases haciéndolas malintencionadas.
Félix se sentía solo.
Por un momento pensó que sería bueno conocer a la señorita Hernández, pero totalmente imposible. La distancia que los separaba hacia tiempo que dejó de ser pared. Ahora era un mundo. Una vida. El Universo los separaba con cada uno de sus pequeños átomos entrelazados. Ambas habitaciones eran planetas que giraban en diferente confín y, cada noche la estrechez del pasillo, la penumbra y la melodía los hacían coincidir en un giro, compartiendo un segundo de órbita.
Félix suspendía en la mano un cigarrillo. Nunca lo prendía tan pronto. Antes lo hacía voltear entre los dedos, una y otra vez, alternando la dirección del vuelco siguiendo la música hasta que la señorita Hernández la paraba.
Luego lo fumaba y, nuevamente se sentía solo.
Un extraño en el espacio infinito de la habitación, de la vieja cama y de sus oxidados muelles que chirriaban interrumpiendo el asfixiante silencio con cada minúsculo balanceo; de la silla desconchada y cimbreante, en la que, por darle alguna utilidad, dejaba la carpeta y las llaves; de la mesa coja, del libro que apoyaba esta inclinación sobre el suelo; del armario doble, de sus tristes perchas adocenadas e idénticas, de los trajes grises pasados de moda, de las camisas blancas ya amarillentas, de la humedad rancia de los cajones, del olor triste a naftalina; y del perchero colgado en la pared que no era pared, sino universo eterno.
Félix se sentía solo.
Arrastrando los pies, se dirigió al baño. Una ducha fría de cinco minutos con el recuerdo de la melodía aún resonándole en los oídos. Mientras se secaba se preguntó cuál sería su próximo paso. A la mañana siguiente ya no tendría que ir a trabajar. Eso lo aterraba.
Jubilación. La jubilación era el último trozo de pastel, el final de la rutina y la evidencia de que era un triste viejo que vivía en una pensión, al que se le había pasado la vida entre las cuatro calles, siempre peligrosas y grises, que separaban su habitación del restaurante y de la oficina; soñando, día tras día, con encontrar el valor necesario para entrar en la 108 y bailar con la señorita Hernández.
Felix notaba que el universo eterno había crecido y se apartaba de él en ese preciso momento. La carta, seguramente, habría sido el primero de una serie infinita de sucesos infinitesimales que cambiarían su vida. No le gustaban los cambios. Nunca le habían traído nada bueno. Y fiel a su endémica costumbre de adelantarse negativamente a los hechos, se vio a sí mismo convertido en un ente cuya única preocupación consistía en descubrir qué haría al día siguiente y, constantemente, no encontrando respuesta alguna.
Félix se sentía solo.
Al observar su delgadez en el espejo, le ocurrió algo. Fue un destello furtivo e impreciso que le dejó en los labios un sabor desconocido y la sensación de no haberlo saboreado bastante para poder definirlo. La implacable ansiedad de concretarlo le torturarían toda la noche, prácticamente hasta el amanecer.
Se peinó despacio sus antiguas canas y, revoloteando aún con el dejillo en el paladar, chasqueaba la lengua en espera de reconocer con qué deleite se atormentaba. Vano intento.
Cuando lo comprendió, a pesar de ser la primera vez que tenía consciencia de ello, no sintió miedo. Al contrario, pensó que era prodigioso saberlo sin haberlo conocido.
Félix se puso el pijama todo lo más rápidamente que pudo y arrastrando los pies, caminó hacia la cama deteniéndose unos segundos delante de la desportillada silla. La miró con desagrado. Sobre ella estaba la carta que le amenazaba la vida. Ella era culpable. Una sentencia, una amenaza por escrito y firmada por él. Solo era un trozo de papel, pero él pensaba en ella como una fuerza extraña, haciéndose presente con toda su brutalidad en los pequeños gestos de la vida cotidiana.
Aquella carta llegó temprano al trabajo. No sabía cuándo, pero al sentarse en el escritorio, ya lo estaba esperando. Era su cumpleaños, quizá fuese una felicitación. Posible, aunque improbable. Nunca lo felicitaban. Su cumpleaños solo era una vela más en una tarta que nadie compraba.
No abrió la carta hasta última hora. Él no quería hacerlo pero el jefe se la hizo abrir. Luego le obligó a firmarla y a aceptar las enhorabuenas de todos los compañeros, y las risitas, y los golpecitos en la espalda, y a beber aquella copa de champán brut barato.
Félix se sentía solo.
Sus compañeros, incapaces de abrir sus cerebros, seguían jugando a lo mismo juntándose en las esquinas para hablar otra vez de los mismos temas, por los mismos motivos. Tías con tías, amigos con amigos y él con una velita más. Una velita invisible para todos, que prendía en una tarta inexistente mientras el mundo, ajeno, celebraba su jubilación.
Al salir a la calle tiró en el primer cubo de basura el reloj que la empresa regalaba a los retirados. Desde que el jefe se lo puso en la muñeca, notó su peso como una fantasmagórica cadena. Eran las nueve de la noche y por la calle, solo se oían sus pasos cada vez más apurados por llegar cuanto antes a la pensión.
Horas más tarde, arropado en el lecho, seguía en el ineficaz intentó de conciliar el sueño. El destello de aquel pensamiento fugaz del baño, lo mantenía despierto y masticando hambriento aquel seductor sabor que, a pesar de los firmes propósitos de su mente por olvidarlo, aún no se le había quitado de la boca. Y de nuevo, fiel a su endémica costumbre de adelantarse negativamente a los hechos, se vio a sí mismo convertido en un ente cuya única preocupación consistía en descubrir qué haría al día siguiente y, definitivamente, no encontrando ninguna respuesta.
Poco después se levantaba. Tambaleándose fue al baño y rebuscó en los cajones del armario. Cuando encontró el objeto que buscaba, repentinamente, la angustia abandonó su pensamiento, y se desvanecieron las dudas del qué hacer al día siguiente. Al voltearlo brillante entre los dedos, mientras escuchaba en el recuerdo los dulces acordes que le tranquilizaban, por primera vez, dejó de importarle la soledad.
Tres días después, el dueño de la pensión había decidido tirar la puerta abajo de la habitación 110, luego de haberla golpeado por largos minutos sin ser atendido.

A Félix lo encontraron desangrado, sentado sonriente en una débil silla de madera que, al ser manipulada por el forense para retirar el cuerpo, cimbreó, y trágicamente, se despedazó en el suelo.

© Ainhoa Núñez

lunes, 2 de julio de 2012

Amor imposible


Video: Kirsten Lepore



Amor imposible. Imposible amor




Intenté beber tus ojos infinitos
las largas jornadas junto al mar
los ocasos plateados de tus sienes
y volver a la orilla de la primera noche,
al nacimiento salino de nuestros cuerpos.

Jamás volveré a verte con los ojos que te miro
hoy nunca volveremos a sentirnos tan distintos
tan distantes, tan desconocidos.

Fúndeme en tu carne
mastica mi aliento en tu boca,
nutre tus venas con mi cicatriz
respira mi oxigeno en tu pulmón.

Despójame la humanidad con tus dientes
hazme trizas, hazme harapos el corazón.
Luego, olvídame, olvídame en la arena
cuando la mar esté calma,
déjame el perfume y las frescas espumas.
Amor, gracias por ser amor
y gracias por haber venido.


© Ainhoa Núñez

domingo, 1 de julio de 2012

La Tierra

2012 La Tierra vista desde un satélite. Con lo poco que la cuidamos y lo bella que está. Somos una plaga. La peor de todos los tiempos. Espero que encuentre la manera de acabar con nosotros... antes de que nosotros acabemos con ella. Nunca nos la merecimos. Nunca nos la mereceremos. Nunca.



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