La insoportable levedad del no
ser
La vida pasa tan deprisa y tan
despacio a la vez que cuando llega la
noche me alcanza el vómito y no ceso de intentar sacar fuera de mí todos y
cada uno de los momentos que pasé atrapada dentro de ti, recorriéndote y
recogiendo todos mis pedazos ínfimos e íntimos de humanidad.
Veo las estrellas brillar
lejos y sé que están, lo sé, pero no alcanzo a tocarlas ni abrasando mis yemas con
su destello. El amor, la luz, sus cálidas manos, unas alas batiéndose
en el aire, mi sonrisa perenne detenida en el tiempo…Todo está ahí, delante de mis ojos, yo los veo y de
cuando en cuando me atrevo a tocar, ¡aunque no me sirva absolutamente de nada!
Me quemo y siguen estando fuera de mi alcance. Están perdidos y solos en el
infinito interior del abismo que me separa en dos a cada latido de este corazón
fingido y roto.
Ajena a mi cuerpo vago al
toque de retirada fortuita y forzada. Y no, no quiero irme aunque no sea yo ni esté
a gusto ni sepa lo que me pasa. Grito dolor y sombras cerradas de amaneceres
cautivos, abatidos por el tiro de la divina desgracia. Ya sé que me fui, ¿pero nadie ve que permanezco agazapada entre
las camas blancas?
¡Chsss!, no molesten a los
enfermos, paz para los hombres de buena voluntad, gloria a dios en las alturas.
¡Chsss!, no molesten, no molesten.
©Ainhoa Núñez Reyes
No hay comentarios:
Publicar un comentario