Yo me he decantado por la opción B en prosa para sacudirme las telarañas mentales que, dicho sea de paso, estuvieron a punto de causarme daños cerebrales o me lo causaron a tenor del resultado. Si se es carreta, hay que tener los ejes bien engrasados.
Polvo de estrellas
Tú no estabas y yo… ya estaba adormilada y cansada de esperarte
tanto, jugando, una
y otra vez, con la fragilidad del lápiz y el papel, hastiada de superponer crueles palabras sin sentido ni fundamento,
como quiméricos castillos de naipes flotando en el aire, cuando de pronto, el cielo crujió desgajando la noche en
cada una de mis 12 lamentaciones: TU, JACARANDA, FELICIDAD, FRAGILIDAD,
JUGANDO, LLUEVE, NAIPE, VIDA, CONSTANCIA, CEREZA, VOLUNTAD, NORAY.
¡No puedo!, grité, y el soplo gélido de mi desaliento
borró toda la felicidad del mundo.
Aquel medio cuento vio el peligro de no ser
inventado y huyó de mí, pisando por un segundo la nieve azul del jacarandá y, por
alguna absurda voluntad mágica, de mi
llanto, a él le llovía la vida y, retórica,
retórica a borbotones.
Apenas te creí posible pero nacías inocente, asido
a mi viejo noray descascarillado, fruto póstumo del azar, navegante de mi intermitente constancia y, de nombre,
Cuentoentero. Ahora estamos aquí y somos
uno e iguales a todas las cosas que nos rodean: Polvo de estrellas en constante
evolución. No sé si será la luna el detonante de cada
transformación, o
un momento loco de inspiración, o “cer”-“eza” cosa que te devuelve el espejo… En
fin, lo admito: esto no debería acabar así, haciendo un cuento proscrito por no
comerme una cereza en cuanto lo empecé, pero todo es posible si te adentras en territorio de escritores.
De cualquier manera, colorín colorado, este
cuento tiene 250 palabras justitas y está acabado.
©Ainhoa
Núñez Reyes
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