¿Qué aspecto tienen los monstruos? ¿Qué o quiénes son? ¿Dónde se esconden cuando los buscamos?
Yo de monstruos sé mucho. Al principio mis monstruos eran horribles criaturas monoculares que de día se refugiaban en los armarios o debajo de la cama y cuando llegaba la oscuridad, súbitamente aparecían haciendo que me ocultase bajo las sábanas. Eran monstruos inmaduros y párvulos que crecieron al igual que yo.
Con el paso del tiempo comprendí, como comprendemos todos, que los monstruos adultos no tienen un solo ojo sino miles de ellos para poder observarnos donde quiera que nos escondamos. Saben de nuestros secretos y temores más profundos porque se alimentan de ellos. Están presentes en cada momento de la vida, en cada gesto, en cada palabra que pronunciamos porque al crecer dejaron los armarios y ahora viven dentro de nosotros.
A veces, esos monstruos nos dominan, ocupan la parte que nos toca vivir y por un momento somos más monstruos que nosotros mismos. Los monstruos no duermen, acechan detrás de cada parpadeo porque quieren más, mucho más porque los monstruos… los monstruos lo quieren todo. Y son más y más fuertes y nos conducen a situaciones inesperadas, a caminos equivocados que nos alejan de nuestro verdadero destino. Entonces vivimos una vida errada y absurda que nos vacía el alma por completo.
Desesperanzados, los monstruos nos atrapan. Lo más fácil es dejarse ir. No luchar. No provocar a la bestia. Seguir conversando con personas que no nos aportan nada más que rutina y desencanto. Comer, trabajar y vivir sin sentir nada nuevo que encaje y tapone las brechas por donde se nos escapan las esperanzas y los sueños. Y dejamos pasar tantas cosas que, a menudo, son las únicas cosas que podemos recordar, como si fuesen solo ellas las que siempre nos importaron aunque supongamos que ya están lejanas y perdidas en el abismo de lo que pudo ser y no fue. Tempranamente muertas.
Sonreímos esperpénticamente frente al espejo, en una mueca de absurda espontaneidad, nos miramos y apenas podemos adivinar lo que esconde la cara que nos refleja y así, día tras día. Pero llega uno en que ya nada es suficiente. Todo carece de sentido y a la vez lo explica todo porque de repente nos vemos…
Nos vemos. Estamos ahí, ocultos en los armarios, escondidos, agazapados en la oscuridad como nuestros infantiles monstruos nocturnos y… ¡lo sabemos! Lo sabemos de golpe, sin anestesia, sin ya absurdos disimulos. Aparecemos. No era tan difícil averiguarlo si alguna vez hubiéramos querido saberlo. Somos los monstruos que crecieron y devoraron aquel niño asustadizo que se refugiaba de la oscuridad debajo de las sábanas. Poco a poco, nos convertimos en una criatura que nos aterroriza. Y ya no hay sonrisa absurda frente al espejo que oculte la verdad de los colmillos que disimulamos, ni las feroces garras de nuestras manos. Rugimos. Una educación equivocada es el más feroz de los monstruos.
©Ainhoa Núñez
MONTRUOS, ESPEJO. Criaturas, espejo, feroz, relato, artículos, reflexión.