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domingo, 5 de abril de 2015

¿Qué aspecto tienen los monstruos?

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¿Qué aspecto tienen los monstruos? ¿Qué o quiénes son? ¿Dónde se esconden cuando los buscamos?


Yo de monstruos sé mucho. Al principio mis monstruos eran horribles criaturas monoculares que de día se refugiaban en los armarios o debajo de la cama y cuando llegaba la oscuridad, súbitamente aparecían haciendo que me ocultase bajo las sábanas. Eran monstruos inmaduros y párvulos que crecieron al igual que yo. 

Con el paso del tiempo comprendí, como comprendemos todos, que los monstruos adultos no tienen un solo ojo sino miles de ellos para poder observarnos donde quiera que nos escondamos. Saben de nuestros secretos y temores más profundos porque se alimentan de ellos. Están presentes en cada momento de la vida, en cada gesto, en cada palabra que pronunciamos porque al crecer dejaron los armarios y ahora viven dentro de nosotros. 

A veces, esos monstruos nos dominan, ocupan la parte que nos toca vivir y por un momento somos más monstruos que nosotros mismos. Los monstruos no duermen, acechan detrás de cada parpadeo porque quieren más, mucho más porque los monstruos… los monstruos lo quieren todo. Y son más y más fuertes y nos conducen a situaciones inesperadas, a caminos equivocados que nos alejan de nuestro verdadero destino. Entonces vivimos una vida errada y absurda que nos vacía el alma por completo. 
Desesperanzados, los monstruos nos atrapan. Lo más fácil es dejarse ir. No luchar. No provocar a la bestia. Seguir conversando con personas que no nos aportan nada más que rutina y desencanto. Comer, trabajar y vivir sin sentir nada nuevo que encaje y tapone las brechas por donde se nos escapan las esperanzas y los sueños. Y dejamos pasar tantas cosas que, a menudo, son las únicas cosas que podemos recordar, como si fuesen solo ellas las que siempre nos importaron aunque supongamos que ya están lejanas y perdidas en el abismo de lo que pudo ser y no fue. Tempranamente muertas.
Sonreímos esperpénticamente frente al espejo, en una mueca de absurda espontaneidad, nos miramos y apenas podemos adivinar lo que esconde la cara que nos refleja y así, día tras día. Pero llega uno en que ya nada es suficiente. Todo carece de sentido y a la vez lo explica todo porque de repente nos vemos…
Nos vemos. Estamos ahí, ocultos en los armarios, escondidos, agazapados en la oscuridad como nuestros infantiles monstruos nocturnos y… ¡lo sabemos! Lo sabemos de golpe, sin anestesia, sin ya absurdos disimulos. Aparecemos. No era tan difícil averiguarlo si alguna vez hubiéramos querido saberlo. Somos los monstruos que crecieron y devoraron aquel niño asustadizo que se refugiaba de la oscuridad debajo de las sábanas. Poco a poco, nos convertimos en una criatura que nos aterroriza. Y ya no hay sonrisa absurda frente al espejo que oculte la verdad de los colmillos que disimulamos, ni las feroces garras de nuestras manos. Rugimos. Una educación equivocada es el más feroz de los monstruos.


©Ainhoa Núñez
MONTRUOS, ESPEJO. Criaturas, espejo, feroz, relato, artículos, reflexión.




miércoles, 11 de marzo de 2015

La insoportable levedad del no ser

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La insoportable levedad del no ser


La vida pasa tan deprisa y tan despacio a la vez que cuando llega  la noche me alcanza el vómito y no ceso de intentar sacar fuera de mí todos y cada uno de los momentos que pasé atrapada dentro de ti, recorriéndote y recogiendo todos mis pedazos ínfimos e íntimos de humanidad.

Veo las estrellas brillar lejos y sé que están, lo sé, pero no alcanzo a tocarlas ni abrasando mis yemas con su destello. El amor, la luz, sus cálidas manos, unas alas batiéndose en el aire, mi sonrisa perenne detenida en el tiempo…Todo  está ahí, delante de mis ojos, yo los veo y de cuando en cuando me atrevo a tocar, ¡aunque no me sirva absolutamente de nada! Me quemo y siguen estando fuera de mi alcance. Están perdidos y solos en el infinito interior del abismo que me separa en dos a cada latido de este corazón fingido y roto.

Ajena a mi cuerpo vago al toque de retirada fortuita y forzada. Y no, no quiero irme aunque no sea yo ni esté a gusto ni sepa lo que me pasa. Grito dolor y sombras cerradas de amaneceres cautivos, abatidos por el tiro de la divina desgracia. Ya sé que me fui, ¿pero nadie ve que permanezco agazapada entre las camas blancas?
¡Chsss!, no molesten a los enfermos, paz para los hombres de buena voluntad, gloria a dios en las alturas. ¡Chsss!, no molesten, no molesten.


©Ainhoa Núñez Reyes

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