Ilustración: Hasta que la muerte os separe, ©Puñués. |
Andrea se despierta durante la
noche. Mira a su costado y descubre que su marido no está. Es extraño. Rodolfo
siempre duerme como un lirón. Es más, cada mañana tiene que ser ella quien lo
levante de la cama para ir al trabajo. Asustada se pone la bata y baja las
escaleras. ¿Dónde estará? No tiene que buscar mucho. Lo encuentra sentado a la
mesa de la cocina con una taza de té caliente delante de él. Rodolfo parece
estar sumido en una honda abstracción: despeinado y tembloroso, mira fijamente
la pared. Ella observa cómo se limpia una lágrima que se escurre de sus ojos,
mientras toma un sorbo de té. "¿Qué te pasa, cariño? -susurra entrando en
la habitación-, ¿por qué estás aquí a estas horas de la noche?”
El marido levanta la vista del té: "Solo
estoy recordando… Nos conocimos hace ya…
20 años y… empezamos a salir. Tú tenías
16, ¿lo recuerdas?” Andrea se seca las lágrimas porque ahora es
ella la que comienza a llorar. Su marido
es tan cariñoso, tan sensible… “Sí, lo recuerdo” -responde. El hombre hace una
pausa. Las palabras no le salían con facilidad. "¿Recuerdas cuando tu
padre nos pilló en el asiento trasero de mi coche?” "Sí, lo recuerdo- dijo Andrea dejándose
caer en una silla a su lado”. "¿Y te acuerdas cuándo me apuntó la escopeta
a la cara y gritó:" O te casas con mi hija o te envío a la cárcel 20
años” "Lo recuerdo también- respondió ella con un hilo de voz". Rodolfo se incorpora y se limpia otra lágrima de
la mejilla: “Si hubiera elegido la segunda opción, habría salido hoy”.
©Ainhoa Núñez Reyes